jueves, 18 de septiembre de 2014

Reflexiones sobre la Fiesta Nacional

Durante estos últimos días se ha estado hablando largo y tendido en nuestro país acerca del sufrimiento animal. Como cada año, cuando se acerca la celebración en Tordesillas de su fiesta más importante, los antitaurinos y los taurinos se enzarzan en una guerra sin cuartel en la que, en  la mayoría de ocasiones, se pierde la razón por las formas. Creo que ahora es un buen momento para dar mi visión sobre todo este asunto. No en sí sobre el Toro de la Vega, sino sobre todos los festejos que usan a este animal como reclamo, especialmente sobre el más relevante, la corrida de toros.
Siempre me he declarado antitaurino, cualquiera que me conozca mínimamente sabe de mi posición a este respecto. Si bien es cierto que mi postura antitaurina se ha ido suavizando con el tiempo. Esto no quiere decir que ahora lo sea menos, sino que mi agresividad o visceralidad a la hora de defender mi postura se ha reducido. A día de hoy me veo capaz de defender la negativa al maltrato animal desde una posición más tranquila, además de más razonada y consistente.
Comenzamos por donde hay que hacerlo, por la definición en sí de la tauromaquia.  Según la RAE, la tauromaquia es el arte de lidiar toros. El uso del toro como reclamo cultural viene de muy lejos, se remonta según algunos a la Edad de Bronce y hay constancia de que durante el Impero Romano o la Edad Media los espectáculos taurinos eran habituales. Aún así, el actual toreo, el que ha llegado a nuestros días (con los cambios propios que aporta el paso del tiempo) podría datarse en el siglo XVI. Imagino que este dato, como otros muchos será variable dependiendo de qué acontecimientos se consideren más relevantes a la hora de marcar un punto de inicio. Sea como fuere, la popularidad y estructura definitivas no llegarían hasta los siglos XVIII y XIX, de las manos de las primeras grandes figuras.
El argumento de la tradición, la cultura y el arte, es el primer arma en defensa de la Fiesta Nacional que tienen los taurinos. Este argumento como tal es irrefutable. Es evidente que las corridas forman parte de la cultura española desde hace mucho tiempo. Eso es así, pero no es un argumento en defensa de la fiesta. Ningún tipo de tradición debe justificar la crueldad y el sufrimiento animal. Muchas han sido las culturas que han tenido en su seno elementos destructivos y prácticamente ninguna de ellas ha llegado hasta nuestros días. Un ejemplo de esto es la caza del Zorro en Reino Unido. Una tradición de siglos de historia que desapareció (al menos de manera legal) hace más de nueve años. El paso del tiempo es un bálsamo que debería sanar las crueldades pasadas. A medida que la sociedad avanza, avanza su respeto por los animales y por la vida natural en general. Es evidente que con los años se ha creado una consciencia ambiental que antes no existía y de cuya necesidad nadie duda ya. Pues esto es lo que debería haber ocurrido también con el sufrimiento animal, el paso del tiempo debería haberlo eliminado por completo, pero en algunos lugares, entre los que desgraciadamente está nuestro país, la cosa va muy lenta. Muchos aún se niegan a dejar atrás este vestigio de la antigüedad.
Otro de los principales argumentos esgrimidos por los taurinos es el magnífico trato que recibe el toro de lidia durante los meses previos a su muerte en la plaza y del aprecio y respeto del torero y el taurino por el animal. Voy a comenzar por la segunda parte de esta argumentación y voy a ser rápido. Soy incapaz de concebir que alguien que tenga respeto por la vida de estos animales se preste a su tortura y su muerto y permita que se haga de ello un espectáculo. En cuanto a lo primero,  no dudo del trato magnífico que se da al animal durante su cría, pero esto, de nuevo, no justifica hacer un espectáculo macabro de su muerte. Además, el hecho de que existan situaciones peores, no justifica un situación negativa como es esta. La decisión correcta en este caso no es argumentar que hay quienes, en otros ámbitos, tratan peor a los animales, es luchar para que el maltrato y la injusticia animal desaparezcan por completo.
Muchos, los más radicales de entre los antitaurinos, se negarán, incluso, a otorgar a los animales derechos propios, principalmente porque, en el momento en que esto se haga, las corridas tendrán que desaparecer. Decir que el hombre comparte con algunos animales más de un 99% de sus genes no es un dato nuevo para nadie. Este dato en sí no quiere decir nada o lo dice todo. Si reducimos el argumento a la mínima expresión, el hombre no deja de ser una especie más, una especie que por suerte o por habilidad consiguió hacerse con una posición preferente, pero esto no le da derecho a creerse el dueño de la creación y decidir sobre la vida o la muerte del resto de animales, más allá de una necesidad fisiológica de alimentación para la que en ningún caso son necesarios el maltrato previo y el escarnio público.
Voy ahora con otro de los argumentos taurinos en los que sí debo dar la razón al otro bando. El toreo es bello, es un arte. Esto es totalmente cierto, la belleza del toreo es innegable. El baile del hombre y el animal es todo un espectáculo. Lo es hasta que aparece la sangre. En ese momento desaparece todo lo artístico y se convierte en una carnicería sin sentido que, personalmente, soy incapaz afrontar sin sufrir con el dolor del animal, sin sentir como lanzas sus gemidos y sin derramar lágrimas a la par que su sangre se derrama regando el albero de un río rojo que ya no es bello, que sólo es muerte. Esto puede sonar demasiado poético o demasiado exagerado, pero juro que es así.
No voy a entrar en otros argumentos que algunos, los menos, usan, como el de la corrida como método colectivo de descarga de negatividad y agresividad o como modelo de la lucha entre el bien y el mal porque estos argumentos me parecen absurdos y sin sentido en su propia base. Por un lado, hay muchas otras formas de descargar la tensión, como el deporte, el yoga, la lectura o la meditación y por otro, el sufrimiento y la muerte de un animal no deben ser símbolo nunca de nada.
Otro de los argumentos pro taurinos que más graciosos me parecen, por lo absurdo, es el de que el toro bravo desaparecería si no fuese por la corrida y que se le cría para eso. Ningún animal es criado para sufrir o, al menos, no debería serlo. En cuanto a lo de la posible extinción del toro bravo si no se torea, creo que es un argumento tan infantil que se desacredita por sí solo. Si reducimos el argumento antitaurino al absurdo, cosa que hace el argumento de la extinción, podríamos decir que la forma de salvar animales en peligro de extinción como el tigre o el oso panda, sería sacrificarlos en una plaza de toros ante una multitud enfervorecida, cuya sangre se encienda cuando se derrama la del animal. El animal no sobrevive porque se le cría para la corrida. Asegurar esto es colocarse en un lugar divino, en el lugar de un dios, o del propio Dios cristiano, y más arriba ya hemos dicho que al fin y al cabo el hombre no es más que el producto de una evolución ventajosa, un animal más de la creación, para los creyentes, o de este mundo en el que estamos, para los que no lo son.
El debate de la economía es algo más complicado, porque la red no te ofrece datos reales o suficientemente creíbles sobre el asunto. Los taurinos esgrimen, con cifras al detalle, que la tauromaquia es un negocio rentable que da de comer a muchas familias. Mientras, los antitaurinos, también con cifras, aseguran lo contrario, que se trata de un sector subvencionado del que se benefician mucho unos pocos y que cuesta mucho dinero al bolsillo de todos los españoles, taurinos o no. Cualquiera de estos dos argumentos puede ser o no el válido, pero demostrarlo se me antoja complicado, debido a los intereses creados de aquel que en ese momento esté contando la historia. Es casi imposible encontrar una argumentación sólida y fiable sobre este asunto. Sea como sea, aunque fuera cierto el dinero que genera la tauromaquia, el dinero no lo justifica todo. Nunca mantendríamos una fábrica, por ejemplo, si tuviésemos la certeza absoluta de que produce la muerte de sus trabajadores (o al menos no debería ser así) al igual que nunca deberíamos mantener un negocio, por muy rentable que sea, si supone el sufrimiento, la tortura y la muerte de un animal.
Por último hablaré de aquellos que aseguran que, por un lado, las corridas son un potencial turístico y una seña de identidad española y por otro lado, de los que llegan a acusarte de anti español por no ser taurino. Yo me considero muy español, tanto como cualquiera que se pasee por ahí con la rojigualda en la camisa o en el pantalón. Eso no significa que tenga que estar a favor de todo lo que ser español representa o de todo lo que muchos quieren que represente la hispanidad. Yo soy español porque quiero que mi país funcione, que avance, que sea cada día mejor y más justo. Pero no, no me siento representado por la tauromaquia, al igual que no me siento representado por otros muchos símbolos e instituciones patrios y me parece vergonzoso que alguien se atreva a negar mi españolidad por renegar de alguno de estos símbolos, tradiciones o instituciones por considerarlos anticuados, crueles o injustos. En lo referente al turismo, cierto es que muchos turistas se acercan a la tauromaquia curiosos por su fama y por la imagen que de ella se ha transmitido, pero no es menos cierto, que un porcentaje alto de estas personas salen de la plaza asustados o incluso escandalizados por el dantesco espectáculo.
Para terminar diré  lo siguiente. Respeto la tauromaquia, aunque considero que España estaría mejor sin ella. Nunca se me ocurriría acercarme a una Plaza de Toros o a cualquier otra celebración en la que se maltrate animales a mostrar mi rechazo de forma agresiva ni a provocar. Por esta razón pido que se respete también mi postura, que el taurino acepte que considere esta tradición una crueldad y que sea incapaz de asumirla dentro de una normalidad racional y avanzada. Por ultimo espero que también se respete el intento de acabar con ella por vías democráticas y cuando la nación en su totalidad se vea preparada para ello, o quiera hacerlo, que en ningún momento las corridas de toros y el resto de espectáculos de este tipo sean una imposición de una minoría a una mayoría, una vez más, silenciosa.

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