jueves, 20 de febrero de 2014

Por un beso

Llevábamos prácticamente dos semanas en Athlone, lo que venía a suponer la mitad del tiempo que íbamos a pasar allí. Después de este tiempo, el grupo, que en un principio había permanecido muy unido, se dividió claramente en dos. Se trataba de un grupo grande, de unas 40 personas, la división era cuestión de pura lógica. Las relaciones que se establecen entre unos y otros y las afinidades dan pie siempre a estas situaciones.
En mi caso, durante las dos primeras semanas, estuve mucho más apegado a un grupo de gente. Entre esas personas destacaba Silvia, una chica asturiana con la que me sentí muy cómodo desde el primer momento. Todo parecía indicar, que tal y como se estaban desarrollando las cosas, mi grupo sería ese, pero finalmente no fue así.
Es cierto que me llevaba muy bien con Silvia y que durante estas dos semanas la había llegado a considerar mi amiga. Hay que tener en cuenta que este tipo de experiencias hacen que las personas entablen rápidamente fuertes lazos de amistad, o de amor en muchos casos, que en circunstancias normales no entablarían, o al menos no a esa velocidad. Es en cierto modo como lo que describen los concursantes de reality shows televisados. Pues lo dicho, me llevaba muy bien, y la consideraba mi amiga, pero nada más, nunca vi en ella a una pareja. El problema de estas cosas es que no siempre los sentimientos son recíprocos.
Cuando llevábamos un par de semanas en el pueblo, decidimos quedar todos juntos para ir a la bolera tras una visita matutina a la ciudad de Birr, para conocer su castillo.  Lo estábamos pasando muy bien, riendo y jugando a los bolos. Algunos intentaban entrar en una especie de discoteca que había al fondo con un portero chino muy grande en la puerta. Tarea bastante complicada teniendo en cuenta  que teníamos entre 16 años y la edad para entrar en los locales en Irlanda son los 21. Sobre este asunto incluso llegamos a escribir una canción en el aeropuerto antes de la vuelta, mientras esperábamos nuestro avión que llegaba con retraso.
Pues lo dicho, estábamos en la bolera, disfrutando de la compañía de unos amigos recién adquiridos y a los que sentíamos como parte indispensable de nuestra vida.  Yo estaba con Silvia, como prácticamente cada día desde que habíamos llegado. En un momento dado me dijo que estaba un poco agobiada y que la acompañase a la puerta de la bolera para tomar el aire.
Salimos de la bolera y comenzamos a pasear por una explanada que había frente a la misma. Era una especie de descampado poco iluminado, algo normal teniendo en cuenta que la bolera estaba a las afueras del pueblo.  Íbamos hablando de cualquier cosa, temas banales. En un momento dado nos cogimos de la mano y quizá ese fue mi error. Siempre he intentado ser una persona cariñosa y si el que está enfrente (o al lado en este caso) me da cariño, respondo con creces.  Es por esto que para mí el gesto de dar la mano a alguien no es más que eso, dar la mano, una muestra de cariño más. Lo he hecho mucho y lo seguiré haciendo siempre, a pesar de lo que paso.
Cogidos de la mano seguimos andando hasta que Silvia apretó y paró. Me giré hacia ella. Todo estaba oscuro, pero con la luz de la bolera al fondo puede ver su cara claramente. Había parado de hablar y me miraba. Era evidente que estaba esperando algo. En un primer momento no me di cuenta, algo que suele pasarme, y me quedé mirándola  extrañado, con cara de tonto imagino aunque nunca llegué a saberlo debido al resultado de lo que ocurrió a continuación.
Silvia se pegó más y se hizo la luz, una luz metafórica, por supuesto, porque seguíamos a oscuras. Intentaba besarme. En un primer momento pensé en hacerlo, al fin y al cabo no tenía nada que perder, pero después decidí que no y me aparte. Ella me preguntó qué ocurría y no supe que decir. Me puse muy nervioso.  Simplemente le dije que era mejor que volviésemos dentro de la bolera con los demás.
Había una razón clara para no besarla. No sé si era tarde o pronto, pero aquel habría sido mi primer beso. Cuando se acercó pasaron cientos de cosas por mi cabeza y en apenas unos segundos analicé pros y contras de todo lo que sucedía y tomé una decisión, que a día de hoy me sigue pareciendo la correcta. Entendí, como sigo entendiendo hoy que un primer beso debe ser algo especial y que la persona a la que se lo des tiene que ser la persona a la que realmente deseas dárselo.
Volvimos al interior de la bolera y Silvia se sentó con algunos de nuestros amigos. Yo quedé atrás, seguía sin saber afrontar aquella situación. Por sus comentarios y su forma de moverse era evidente que estaba contando lo que había pasado. Además se intuía que ya había hablado con esa persona, Javi, del tema y que le había dicho que iba a hacer lo que hizo esa noche.
Tuve miedo de acercarme hasta donde estaban los que hasta ese momento habían sido mis amigos más cercanos en Athlone. Pensé que en cierto modo yo había provocado, con mi actitud, todo lo que había ocurrido. 
Esa misma mañana en Birr habíamos estado los dos tirados sobre el césped, uno encima del otro mientras que alguien, un guía o algo así nos hablaba de un telescopio. Además de ese vinieron a mi mente otros momentos en los que probablemente había dado pie a esa situación.  
Ella se había adelantado y su forma de contar lo ocurrido podría dar pie a que el resto de compañeros cambiaran su forma de verme. En cierto modo el tiempo me demostró que no me equivoqué en exceso.
Sin darme cuenta me encontré con la otra parte del grupo. Comencé a hablar con ellos y olvidé lo que había pasado esa noche. Más adelante vino a recogerme el padre de la familia con la que vivía y me fui a casa, para descansar.
Llegó la mañana siguiente y el Sr. Brown me llevó al pueblo. La familia con la que estaba compartiendo ese verano vivía en el campo, a las afueras de Athlone, tardábamos prácticamente media hora en llegar al centro de estudio.
El Sr. Brown era militar y entraba temprano a trabajar. Me dejaba en el instituto de camino a su base y solía llegar el primero, como media hora antes de lo que llegaban todos los demás.
Mientras llegaba el resto de compañeros y profesores tuve tiempo para pensar en lo ocurrido la noche anterior. Pensé que la mejor solución era hablarlo y explicar mis razones. Estaba convencido de que Silvia lo entendería.  No fue así.
Comenzaron a llegar todos y cuando apenas quedaban unos minutos para el inicio de las clases llegó Silvia. Estábamos en aulas distintas, así que cuando vi que dejó sus cosas la aborde rápidamente antes de que llegasen los profesores para iniciar las clases. Me dijo que no tenía nada que hablar conmigo y que la olvidase.
Fue un mazazo y pasé toda la clase posterior perdido, dando vueltas a la cabeza y sin entender que había hecho realmente para que esa persona me tratase así. En el descanso para el almuerzo volví a sentarme con el otro grupo, porque no me pareció apropiado sentarme en el grupo en el que estaba Silvia después de lo que me había dicho.
No sé por qué razón en ese almuerzo me di cuenta de hasta qué punto los miembros del otro grupo tenían mucho más en común conmigo que los que eran parte de mi grupo original. Esto supuso que desde ese momento este grupo se convirtió en el mío. Nadie del otro lado se acercó a preguntarme que me ocurría, todos hicieron piña en torno a Silvia así que en ningún momento pensé que la decisión que tomé había sigo errónea.
Con el paso de los días fui poco a poco recuperando la relación con todo el mundo, aunque ya no dejé de lado al que se había convertido en mi grupo, a mis amigos.  Además, dentro del grupo conocí a alguien especial y pude disfrutar por primera vez de lo que había negado a Silvia. Ese sí fue el momento adecuado y sí fue con la persona adecuada. Llegó tarde, pero fue como tuvo que ser, pero esa es otra historia.
Cuando llegó el momento de irse, consideré que no debía hacerlo teniendo problemas con nadie.  Todos estábamos haciendo, como imagino que suele hacerse en esos casos una recolección de firmas y de citas de los compañeros. Unos a otros, en nuestros cuadernos, nos deseamos lo mejor en la vuelta a la vida diaria ya que era muy probable que no volviésemos a vernos en mucho tiempo, o nunca en algunos casos.
Cuando termine de recoger las firmas y dedicatorias, me di cuenta de que me faltaba la de una sola persona. No iba a permitir que eso pasase, no iba a irme con un problema con nadie. Me acerqué a ella en un momento que quedó sola, algo que se había convertido en algo habitual durante los últimos días de estancia en Athlone. Por un problema con otra persona, creo que se llamaba José Ignacio, muy similar al que tuvo conmigo, había discutido con varios de los miembros de su grupo y se había quedado bastante sola.
Me senté a su lado y le dije que no quería irme sin decirle que, a pesar de todo lo que había ocurrido, yo la seguía queriendo, que lo vivido en las primeras semanas había sido muy bonito y que no debíamos estropearlo. Además consideré que debía pedir disculpas y lo hice.  Silvia aceptó las disculpas y firmó mi libreta aunque yo era consciente de que no estaba siendo sincera, de que lo había por obligación, o por demostrarse a sí misma y quizá a los demás que no era la mala de esta historia.
La dejé y volví con mis compañeros, para disfrutar de las últimas horas juntos después de un verano muy intenso. No era momento de lamentarse de nada, era momento de disfrutar de aquellos que habían sido mi familia durante ese tiempo y exprimir cada uno de los segundos que nos quedaban por compartir.

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