miércoles, 19 de febrero de 2014

Una lección de vida

A los 31 no son muchos los recuerdos que guardo de mis primeros años, la mayoría de los que vienen a mi mente cuando trato de recordar mi infancia se agolpan a partir de los ocho o diez, cuando uno es mucho más consciente de si mismo y de sus relaciones con los demás. Es también conveniente tener en cuenta el hecho de que los primeros no fueron unos buenos años para mí, al menos desde que comencé el colegio y hasta la edad antes mencionada en la que deje de dar importancia a lo que los demás te dicen o a lo mal que algunos te lo hacen pasar simplemente por que sí.
En fin, dejemos los traumas de un lado y vamos a lo que es el objetivo de todo esto, contar el que es uno de mis primeros recuerdos. No soy capaz de precisar del todo la edad, pero teniendo en cuenta quién era mi profesora, debía tener entre tres y cinco años, ya que todo ocurrió mientras iba a clase de párvulos.
Era día de fuerte lluvia en el pueblo y como suele ocurrir cuando eso pasa, (o al menos así era cuando yo iba al colegio) los más pequeños tenían que quedarse en clase durante la hora del recreo, mientras que los mayores se agolpaban en los dos porches del patio.
He de reconocer que a mí me gustaban mucho esos días de lluvia y de juegos en el interior de la clase, me hacían sentirme más protegido y por esta razón lo solía pasar mucho mejor.
En algún momento de ese recreo, la profesora decidió salir de clase, desconozco la razón. A  nosotros, niños, se nos ocurrió una idea brillante, o al menos en ese momento nos pareció brillante. En uno de los armarios situados en la zona derecha de la clase se apilaban un montón de cojines. Cada niño debía llevar un cojín al colegio (no recuerdo la razón, imagino que para la siesta o para sentarse en el suelo o algo así) y allí era donde todos estaban guardados.
Entre todos convencimos a una de nuestras compañeras, Vanesa, para que se metiera en el armario y se echara allí una siesta. Ella lo hizo y nosotros seguimos jugando.
Llegó la profesora, acabó el recreo y comenzamos con la clase. Por supuesto Vanesa seguía dentro del armario. La profesora no tardó mucho en darse cuenta. Así que cuando se disponía a salir a buscar a nuestra compañera le dijimos donde estaba y esta salió de allí con cara de haberse divertido mucho. Realmente, hasta ese momento, todos nos habíamos divertido mucho.
Pero la diversión acabó ahí, la profesora se enfadó. Después de muchos años, he seguido viendo a esta profesora y siempre me pareció mujer dulce y atenta, creo que esa fue la primera y última vez que la he visto enfadada.
Todo esto entra dentro de lo normal: Los niños hacen mal las cosas y su profesora se enfada y, por supuesto, nos castiga. La parte que no me gusta es la que llega después.
El castigo consistía en colocarnos todos en fila, de cara a la pared durante media hora después de las clases. Algo normal. Bien, pues ahora llega la razón por la que no olvido este momento y creo que nunca lo olvidare. Ésta fue la primera ocasión en la que sentí qué injusto puede llegar a ser todo, fue mi primer contacto con lo que viene siendo un enchufado.
Entre los niños de la clase estaba Héctor, hijo de la profesora. Cuando el castigo comenzó se colocó en fila, junto a la pared, igual que los demás, pero cuando apenas llevábamos allí cinco minutos tocaron a la puerta. Era la hermana, que venía a recogerlo, imagino que como cada día, aunque hasta ese momento nunca había caído en la cuenta. La sorpresa llegó cuando mi profesora llamó a su hijo, sacó unas monedas de su monedero y se las puso en la mano. Héctor cogió a su hermana con la otra mano mientras su madre les recordaba que tenían que comprar el pan de camino a casa y salió de clase. Mientras, el resto seguíamos allí, de cara a la pared. Yo personalmente recuerdo haberme sentido muy enfadado en ese momento. Es cierto que al final no estuvimos allí más que otros cuatro o cinco minutos más (no sé si porque la profesora se dio cuenta de lo que hizo o porque ella también quería irse, no podría decirlo) pero aún así no me gustó aquello.
Hoy lo recuerdo de forma divertida, pero no puedo evitar pensar que aprendí rápido una importante lección de vida.

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