Jueves
de diciembre. Las fiestas navideñas están cerca y no son pocos los que bajan
desde el Aljarafe a Sevilla para hacer compras, recoger lotería o lo que se
tercie en ese momento. No es precisa una excusa, quizá solo a pasear.
Ya de
recogida, a eso de las ocho de la tarde subo a la línea 142, la que cubre el
trayecto entre la capital y Coria del Río, y que me deja en mi barrio, La
Pañoleta. Mucha gente en el bus, pero solo se escucha a tres personas.
Una familia
juega al veo veo. Son una madre joven, de unos veintidós o veintitrés años; un
padre de unos veintiséis, con beisbolera, un poco cani; y su hijo, un niño
despierto, de unos cinco o seis años.
La
palabra es timbre. El niño no acierta y vuelve a ser el turno del padre. Yo
acabo de quedarme sin batería en el móvil y comienzo a prestar atención al
juego, aunque con el jaleo que llevan montado lo realmente difícil es no
hacerlo.
Letra
C.
El niño
enumera a toda velocidad y casi sin descanso aquello que le rodea y comienza
con esa letra. El padre niega con la cabeza y le recomienda que pida pista. El
chico es listo y en principio se niega, quiere hacerlo por sí mismo. Tras un
par de minutos sin encontrar la respuesta decide pedir pista.
El
padre toma actitud de profesor de primaria, se pone serio y dice:
- - Es una cosa que todos tenemos en el cuerpo, pero cuidado, no es el
nombre normal, es el científico.
El niño
queda boquiabierto y en ese momento el juego despierta en mi verdadero interés.
Para nada esperaba una respuesta como esa. Yo mismo comienzo a pensar partes
del cuerpo y su ‘nombre científico’. No hallo la respuesta y se acerca mi parada.
Parece que no voy a enterarme del final.
El bus
para y el niño se rinde. El padre se pone en pie. Es también la parada de la
familia y yo voy a tener la respuesta al enigma.
La
madre se levanta. El padre le acaricia el pelo y dice:
- - Cabello, la palabra es cabello. Cabello es la forma científica de
decir pelo.
Ella,
que hasta ahora había estado en silencio, sentencia:
- - Ves cariño, que listo papa
Llego a
mi portal y subo las escaleras pensando en la importancia de la educación por
encima de todo, de la educación como
base para que una sociedad avance, para que ese niño vivo, despierto e
inteligente llegue, algún día, a ser un hombre de provecho.