Lo que marca tu vida, lo realmente
importante, son los momentos y las personas con las que los
compartes. Puedes estar muy agobiado, hundido por los
problemas o perdido, sin saber que hacer, pero eso no debe impedirte
disfrutar de las personas y de lo que compartes con ellas.
Últimamente me he decidido a escribir
sobre esto, compartir conversaciones o situaciones que por una razón
o por otra tuvieron un valor o un significado especial en mi vida.
La historia de hoy me lleva a
septiembre de 2000. Tras un verano especial, del que ya he hablado en
este blog en alguna ocasión, llegaba el momento de uno de los
cambios más importantes en mi vida, el más importante hasta ese
momento, dejaba el pueblo para comenzar a vivir en Sevilla.
La cosa, ya desde un principio parecía
torcida porque en su momento, cuando rellené la solicitud de
inscripción equivoqué los números y me matriculé en Publicidad en
lugar de en Periodismo. En mi defensa diré que en aquel entonces
todo se hacía sobre papel y que las correspondencias estaban en un
folio enorme en el que era fácil perderse. Sea como sea creo que fue
un error acertado ya que me permitió compartir cuatro años de mi
vida con gente maravillosa a los que hoy todavía atesoro como
amigos.
Tras una alocada tarde previa, en la
que estuve un poco perdido en el centro de Sevilla junto a mi madre,
que vino para ayudarme a instalarme, llegó el momento de comenzar
con el primer día de clase. Bueno, realmente no se trataba de un día
de clases en sí, sino de una especie de presentación del curso de
manos del decano.
Ese primer año (y algunos de los
siguientes) mi piso estaba en la Macarena, en el Barriada del Rocío.
Esto suponía que, teniendo en cuenta que las clases se daban en
Reina Mercedes, el camino era de unos cuarenta minutos en autobús.
Lo de ir andando ni siquiera era una opción a no ser que quisieras
levantarte a las seis de la mañana y pasar dos horas paseando por
toda la ciudad.
Cogí la Línea 2 de Tussam, que era
una de las que te llevaban hasta la zona y llegué hasta la última
parada, como me había indicado la dueña del piso que alquilé. Soy
una persona tremendamente despistada y con dificultad para
orientarse, así que ni que decir tiene que cuando baje del bus
estaba perdido.
Hice lo que se hace en estos casos,
preguntar por la calle a la que iba. Me cruce con una mujer de unos
cincuenta años y le dije que si podía indicarme donde estaba la
Avenida Reina Mercedes. La señora en un primer momento me miro
extrañada. No quiero ni imaginarme la cara de circunstancia que se
me quedo cuando levanto la mano señalando el cartel de la calle en
la que estaba. Justo encima de mi cabeza había un cartelón enorme
que ponía. Avenída Reina Mercedes.
Me aleje de la señora pidiendo
disculpas por mi despiste y un poco avergonzado mientras ella me
decía que no pasaba nada, que eso era normal. Evidentemente no lo
era. Ya podría haber mirado arriba antes de preguntar.
Encaré la avenida en busca del segundo
objetivo. Ahora había que encontrar el edificio de informática.
Allí era donde estaban las clases de primer año para los alumnos de
Comunicación (Ciencias de la información por aquellos entonces).
Recorrí varias veces la avenida sin
verlo hasta que de nuevo me tocó preguntar. Ni que decir tiene que
me encontraba justo delante de la puerta cuando lo hice. Se qué
puede ser difícil de creer para quien no me conozca, aunque no lo
será tanto para el que si me conoce.
Bueno, pues superado el segundo escoyo,
llegaba el momento de afrontar quizá lo más difícil, conocer a mis
compañeros, los que me acompañarían como mínimo en los siguientes
cuatro años.
Entré dentro del edificio y esta vez
sí, localice la que iba a ser mi clase rápidamente, estaba en la
segunda planta. Al llegar a la puerta me sorprendió que no hubiese
nadie dentro, cuando casi era la hora. Pregunte a una persona que se
encontraba cerca y me dijo que el primer día teníamos que asistir a
la charla inaugural del rector, que estaba en la planta baja.
Volví a perderme, no pasa nada, las
cosas hay que reconocerlas. Llevaba unos cinco minutos dando vueltas
por los pasillos sin saber ya donde tirar. Al fondo de uno de los
pasillos vi a una chica que venía caminando en mi dirección y
consideré que una vez más era el momento de preguntar. La chica
caminaba para mí, a paso rápido, daba la intención que se dirigía
a hablar conmigo. Por supuesto no la conocía.
Llegó hasta donde yo estaba y me
preguntó antes de que yo lo hiciera:
- Hola, ¿sabes donde esta la sala de
conferencias? Es mi primer día y no la encuentro.
Estaba tan perdida como yo. De hecho
estaba más perdida que yo porque venía de la dirección en la que
estaba la sala de conferencias, aunque en ese momento ninguno de los
dos los sabíamos. Le dije que yo también estaba buscando la sala de
conferencias y que también era mi primer día. S llamaba Laura. Me
dijo que iba a estudiar Publicidad, al igual que yo.
Puede parecer una tontería, pero ese
momento, de dos desastre de personas que se cruzan en un pasillo,
totalmente perdidos fue el inicio de una gran amistad, una de las más
importantes de mi vida y que por suerte sigo manteniendo.
Finalmente conseguimos dar con la sala
cuando el discurso estaba empezando. Nos hablaron de la importancia
el periodo que íbamos a comenzar, de que esa facultad nos formaría
como personas y profesionales y cosas similares. A día de hoy tengo
claro que los años de facultad tienen mucho que ver en lo que soy
ahora, en la persona en la que me he convertido, pero creo que
influyeron más en el resultado final los ratos de césped o las
cervezas y las tapas de La Espumita que la formación que recibí en
la Facultad.
Después de salir de la conferencia
tuvo lugar uno de los momentos más especiales en mi relación con
Laura. Al menos para mí lo fue así. Creo que también para ella.
Nos sentamos en los escalones que había justo delante de la puerta
principal y cuando apenas hacía dos horas que nos conocíamos nos
habíamos puesto al día de todo lo que había sigo nuestro pasado
hasta ese momento. Se había forjado un lazo que a pesar de algunos
altos y bajos se ha mantenido atado fuerte los últimos catorce años.
Esta historia, una de las muchas que
hemos compartido y de los que aun quedan por compartir, es parta ti Laura, espero que te guste.
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