martes, 6 de abril de 2010

Sin miedos (Parte I)


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Quería llegar a tiempo. Sus piernas se movían a toda velocidad, pero no sabía si lo podría conseguir. Después de recibir ese confuso mensaje sabía que tenía que hacer lo que éste le pedía sin demora y por esta razón llevaba corriendo más de diez minutos sin parar, a pesar de que no le gustaba el ejercicio. Dejó atrás la fuente y el Paseo de las Palmeras, eso suponía haber recorrido la mitad del camino.
En esos momentos la velocidad no estaba solo en sus zapatos, su mente estaba lúcida y los pensamientos se sucedían uno detrás del otro con claridad pero sin ningún tipo de orden: “Anoche tuve que acostarme antes, siempre me pasa lo mismo, no voy a aprender nunca. Pero bueno, realmente no es culpa mía, es que siempre acaban liándome. ¿Otra vez me he puesto estas zapatillas? Tengo que comprar unas nuevas, no sé porqué siempre me pongo las mismas, parece que no tenga dinero. Ya verás como al final no llego. En fin, no será por falta de intentarlo. Claro que no. Lo de intentarlo está muy bien, pero al final acabas dándote un tortazo. Siempre lo digo y la gente piensa que es por miedo, pero no es por miedo, es coherencia. ¿Corría hoy Fernando Alonso? Si, corría hoy. ¿A qué hora era? Creo que a las dos. Pues son las doce y media, al final van a ser dos carreritas, una hacia adelante y luego la vuelta…”
Efectivamente, eran las doce y media de la mañana. El pueblo comenzaba a levantarse a pesar de estar el día ya muy avanzado. Hacía rato que el barrendero había dejado la calle a los más valientes, los que después de la fiesta del día anterior se levantan a las doce en punto para tomar una cervecita o los que no tienen nada mejor que hacer un domingo por la mañana que aguantar media hora de misa. Pequeños corros de mujeres se formaban en las puertas de la iglesia y junto a ellos pequeños corros de niños. Es curioso ver que estas dos generaciones son las que más metidas están en este ‘mundillo católico’, eso sí por razones muy distintas. Los más jóvenes, inocentes, realmente no saben lo que hacen. Llevan poco tiempo en el mundo y no han tenido la oportunidad de plantearse si la historia que les están contando es cierta o es una gran mentira, muy bien montada, eso sí. En el caso de los mayores es el miedo el que los ata a esta mentira tan bien montada. Nacieron dentro de otra generación, la generación del hambre y de la guerra y la iglesia católica y su mensaje oxidado les daban una salvación ante tanto desastre. La creencia era la única cuerda a la que agarrarse en los peores momentos. Después de tanto tiempo creyendo en algo y habiendo logrado superar las principales dificultades de la vida, no se plantean la posibilidad de creer en otra cosa, creen por inercia.
Se quedó mirando a un grupo de niños y se acordó de él mismo cuando también lo era. No recordaba esa época como una buena época. Lo había pasado mal. Son las desventajas de ser un niño feote, con gafas y demasiado diferente para vivir en un pueblo tan pequeño. Todos los recuerdos de su infancia, o casi todos, al menos hasta que cumplió los quince años, eran muy negativos, pequeñas pesadillas diarias que aún hoy no lo dejaban dormir en algunas ocasiones. Tenía 26 años y todavía muchas noches lloraba recordando aquellos años. Es difícil superar el hecho de no ser aceptado por los demás, o al menos de no haber sido aceptado durante mucho tiempo.

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