sábado, 10 de abril de 2010

Sin miedos (Parte II)

Los pensamientos seguían fluyendo en su mente y ahora se habían apartado totalmente de su objetivo principal. El mensaje recibido había quedado en un segundo plano y los recuerdos de la infancia se habían adueñado de todo: “No está superado. Soy débil, tantos años después me sigue doliendo. Nunca voy a aprender, sigo teniendo miedo. ¡Un plátano en el recreo! La culpa era mía. Siempre me he escondido de los problemas, nunca sube plantarles cara. Todavía hoy recuerdo aquella mañana, escondido durante media hora mientras los demás se lo pasaban bien. Malditos capullos. Realmente la culpa no era mía, siempre fui demasiado especial y es normal que esos paletos no supieran verlo. No era yo el que tenía miedo, eran ellos, se escudaban en esa actitud de ‘soy el más fuerte’. De todos modos es una pena. Todo el mundo tiene unos bonitos recuerdos de la infancia que yo no tengo. Es duro que te asalten estos sentimientos tan pesimistas cuando recuerdas una época de la vida que suele ser tan positiva para la mayoría. Eso sí, todo esto me permitió madurar mucho más rápido que a los demás. Va venga, otra vez buscando el lado positivo a algo que no lo tiene…”
Así, pensando y casi sin darse cuenta, había dejado atrás la plaza del Ayuntamiento y corría por la calle de la biblioteca y de la Casa de la Cultura. Justo antes de girar para encarar la barrera de la Virgen se encontró con alguien y no le quedó otra que pararse para hablar. Al ver la sonrisa en su cara supo que algo raro había hecho la noche antes. Era uno de sus amigos, al parecer él no era el único que había conseguido levantarse ‘temprano’ hoy. Lo que le contó le sonaba demasiado familiar. Una vez más había bebido demasiado y había hecho tonterías y hablado quizá más de la cuenta. En otra ocasión esto le hubiese afectado, pero no a estas alturas. Eran ya muchas veces las que le había pasado eso y ya sabía que no tenía que dar explicaciones a nadie. Sus amigos lo conocían y no le tomaban en cuenta este tipo de actitudes, de hecho les parecían hasta graciosas. Después de casi cinco minutos hablando reemprendió su marcha. Su amigo le había preguntado que donde iba, pero no supo o no quiso contestarle. Estaba convencido de que no lo habría entendido. Ya quedaba poco, pero esa parte del camino era la peor, tocaba recorrer una de las calles más grandes del pueblo y subir un pedazo de cuesta.
Había dejado atrás sorprendentemente rápido la información recibida por su amigo. Normalmente le habría dado muchas más vueltas a un asunto como ese, pero hoy tenía en la cabeza otra cosa, estaba esperando una respuesta, ya tendría tiempo después para pensar en eso. Comenzó a recorrer esta última calle y al mirar al suelo fijó su mirada en un caño. De nuevo su mente se aparto de su objetivo principal. Eso sí, no paraba de correr. Al mirar hacia abajo y ver este caño recordó su primer trabajo.
Corría el verano de 2001 y eran sus primeras vacaciones después de haber entrado en la facultad. Había salido prácticamente limpio, solo con una asignatura y tendría mucho tiempo libre esos meses. Estuvo en el Ayuntamiento del pueblo y les comentó su situación, les planteó la posibilidad de trabajar para ellos para poder sacar así un dinerillo que le ayudara el siguiente año en sus estudios. Realmente lo único que buscaba era dinero extra para poder hacerse un tatuaje, pero claro, eso no podía decirlo en el Ayuntamiento. Tenía una beca que le permitía estudiar con total tranquilidad, sin tener que pararse a pensar en el dinero, y unos padres que siempre estuvieron ahí para ayudarlo. Era un capricho. Apenas unos días después de estar en el Ayuntamiento lo llamaron para comenzar a trabajar al día siguiente. Se presentó temprano en las naves del Ayuntamiento y una vez allí le dieron un pico, un cazo, un carro para llevarlos y compañía. Lo colocaron junto a la gasolinera pequeña, la que hay antes de salir del pueblo y lo pusieron a desatascar caños. Ese fue su primer trabajo, limpiar los caños de todo el pueblo.
Al ver el caño de la barrera de la Virgen se acordó de esos días, de su primer trabajo. Ese fue uno de los caños que había tenido que limpiar y lo recordaba especialmente porque lo había costado mucho abrirlo. Recuerdos y sentimientos comenzaron a mezclarse: “Costó abrirlo, pero lo conseguí. Ojalá todo fuera tan fácil como abrir este caño. Eso sí, cuando comencé a trabajar en aquel verano pensé que no iba a ser capaz, que no estaba hecho para eso, bueno, que no estaba hecho para nada. Y fue bien. Me vino perfecto todo aquello, me ayudo a creer un poco más en mí mismo. Mentira. Sigo sin creer en mí mismo, a quien quiero engañar. Aquello solo me ayudo para saber que podría acabar ganándome la vida con un trabajo manual. ¿Podría? Qué va, no podría. Si que podría, realmente lo que hago ahora no es más que un trabajo manual, sin esfuerzo físico, pero manual. El seguimiento de medios es el trabajo menos creativo de la historia. Por lo menos abriendo caños puedes decidir si lo abres desde la izquierda o desde la derecha. Eso es ya más creativo que todo lo que puedas hacer en mi trabajo actual. Tengo que dejarlo, algún día tendría que hacerlo. No soy capaz de dejarlo. Soy un cobarde, está claro, pero no es el momento. Nunca es el momento. Siempre acabo encontrando alguna excusa. Está claro que soy un cobarde…”
Sabía hacia donde iba, pero no sabía que iba a encontrar allí. Ese es el problema de dar tanta importancia a los sueños. Otro, después de haber despertado esa mañana empapado en sudor si habría levantado, se habría duchado y se habría ido a tomar una cerveza, él no.

No hay comentarios: