martes, 20 de abril de 2010

Sin miedos (Parte III)


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Cuando ese mañana despertó estaba empapado en sudor. Había soñado algo y sabía que era importante. Se sentó en la cama e intentó recordar lo soñado. Alguien, no recordaba quién, le había enseñado cual era la forma de recordar los sueños. Había que dejar la mente en blanco e intentar extraer fragmentos comenzando por el final para así poder ir hilándolos hasta llegar al inicio del mismo. Esa noche había soñado que corría, que salía de su casa nada más despertar y que comenzaba a correr. Comenzó a recorrer con más o menos claridad el camino que había realizado en el sueño y era el que en esos momentos estaba intentando recorrer. En ese sueño subía por la barrera de la Virgen, la misma que estaba ahora subía. Iba acompañado, aunque no recordaba claramente de quién, eso era diferente, porque ahora corría solo. En el sueño despertó en el último momento y no pudo conocer el final. Llegó al Santuario de la Virgen de Gracia y paró en seco. Ahora estaba solo, la persona con la que corría había desaparecido, no sabía dónde estaba. En los sueños es común eso de estar con una persona y que automáticamente y sin saber porqué esa persona se convierta en otra totalmente diferente o que simplemente desaparezca. Tenía delante de él los escalones que subían hasta la ermita y se quedó mirándolos. En cada uno de esos tres escalones amplios había dos maceteros, cada uno de ellos con una leyenda. Si se observaban de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha podían leerse las primeras frases del Ave María: Santa María - Madre de Dios – Ruega por nosotros – Pecadores – Ahora y en la hora – De nuestra muerte. A pesar de presumir hoy por hoy de ser ateo podía recordar perfectamente esta oración y otras muchas, en una ocasión había llegado incluso a ser catequista y a enseñárselas a otros. Se arrepentía de todo aquello como de pocas cosas en la vida.
Estaba parado frente a los maceteros. En ese momento, al verse solo en aquella situación, tuvo conciencia por primera vez de que todo aquello era un sueño. A pesar de saberlo también sabía que había llegado hasta allí por alguna razón, que tenía que hacer algo. Miró detenidamente las leyendas en los maceteros y lo tuvo claro. ‘Pecadores’, esa era la respuesta. Si quería encontrar algo tendría que ser allí. Se acercó lentamente hasta el macetero. De nuevo volvió a aparecer alguien junto a él, alguien que no esperaba. Era su mejor amiga. Volvió a tener clarísimo que todo era un sueño. María no podía estar en el pueblo porque vivía en Cádiz. Las palabras que ella le dijo no era la primera vez que las escuchaba en su boca. Lo estaba animando a hacerlo, a buscar entre la tierra, a ser valiente.
María había sido durante sus cinco primeros años viviendo en Sevilla su punto de apoyo, la persona que siempre estaba ahí. Nunca le había fallado. De no haber sido por ella los años de carrera habrían sido muy difíciles. Tenía claro que era una persona complicada, con muchos complejos y a la que le costaba relacionarse con los demás. También tenía claro la suerte que había tenido al encontrar una persona como ella, que lo entendiera. Hoy por hoy la relación se había enfriado entre los dos, pero era algo normal teniendo en cuenta que ella estaba a cientos de kilómetros de distancia. Llevaban casi ocho meses sin verse, desde la visita que le hizo en verano. Le echaba mucho de menos, realmente era una de las pocas personas a las que echaba de menos, a la que necesitaba.

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